Relatos: La Sala (2ª Parte)


El hombrecillo que está sentado habla, no entiendo nada, solo se que se dirige a mí  pues me mira fijamente. Insisto en que no entiendo lo que dice una y otra vez. El tono de su voz va subiendo a medida que repito la misma frase. Grita como si estuviera poseído, golpea la mesa, se levanta y sigue hablando,  se sitúa detrás de mí y susurra algo en el oído, pero sigo sin entenderle.
El oficial permanece impasible en su posición, pero ahora puedo ver el arma que lleva enfundada y agarrada a su cinturón, y que no para de toquetear una y otra vez con la punta de sus dedos. Algo brilla en su muñeca, mi reloj, el que me regaló mi mujer cuando cumplí los cuarenta años, grabado lleva la inscripción “Por siempre juntos”. El funcionario se acerca a la puerta, grita una vez más. Aparece otro militar, recibe instrucciones, sigo sin entenderles, y desaparece. Se vuelve a sentar y anota unas palabras en los viejos folios que llevaba en la carpeta. El centinela regresa con un gran vaso de agua, no es para mí, es para ese hombrecillo que no para de gritar. Sigue preguntando una y otra vez, ya no replico, estoy tan sediento que no puedo articular palabra. Un grito del Oficial, que hasta ahora había permanecido en silencio, le interrumpe. Se levanta y recoge sus enseres de la mesa, pero no sin antes beber el resto de agua que quedaba en el vaso, para después lanzarlo contra una de las cuatro paredes. Ambos se marchan y vuelvo a quedarme solo, ente las cuatro paredes de la sala.

Pasan los minutos y nada cambia mi situación hasta que la puerta se vuelve a abrir. Otro hombrecillo que no había visto anteriormente llega con una bolsa, la lanza encima de la mesa y se va. La cojo y abro, dentro mis enseres. Mis botas, mi cinturón, mi chaqueta, documentos, no está mi reloj. Me rearmo con mis vestimentas y vuelvo a sentarme, espero. Se vuelve a abrir la puerta y aparece el impasible Oficial, no sonríe, se acerca a la mesa. Habla, por una vez en todo mi cautiverio le entiendo, dice “acompáñeme”, me levanto y le sigo. No se que hago aquí ni lo que ha ocurrido durante ese tiempo, tan solo se que por una vez mi cuerpo recupera esas fuerzas que habían menguado con el paso de las horas. Se detiene frente a mi y se da la vuelta, me mira y extendiendo el brazo se desabrocha con su mano derecha la correa del reloj y me lo entrega….exclamando firmemente….”Puede irse”. Sonrío, y aún me pregunto por qué.

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