Relatos: La sala (1ª parte)


Cuatro paredes mugres, un agujero en el suelo que huele a putrefacción, dos sillas, una mesa, una vieja lámpara cuelga del techo y al fondo una puerta, cerrada. No se cuantas horas hace que permanezco aquí, retenido. Espero que alguien se dirija a mí, nada. El polvo que flota en la atmósfera se pega en mi garganta, pero no hay agua para paliar ese efecto. Mis ropas están sucias, desgarradas. Me han quitado las botas, al descubierto quedan esos viejos calcetines rojos que compré en un mercadillo local, el izquierdo ya lleva un agujero a la altura del dedo meñique. Los pantalones no se sujetan, me han despojado del cinturón. No se ni que hora es, el tiempo se sucede a otro ritmo entre estas paredes, si tan solo me hubieran dejado el reloj… He tenido que orinar dos veces en ese mugriento hueco que hay cerca de uno de los muros. Me deshidrato, y nadie me trae nada que beber. Mis intestinos rugen, y nadie me trae nada que comer.
Me levanto de la silla, ando en círculos por el interior de la sala, no es muy grande, unos diez o doce metros cuadrados, lo suficiente para mantener mis músculos en movimiento. El olor que emana de ese agujero hace que el aire sea casi irrespirable, pero suficiente. Me siento débil, si tan solo tuviera algo que devorar. Me acerco a la puerta, y al parecer alguien que permanece tras ella grita algo en una lengua desconocida. Mis piernas flaquean, decido sentarme. El agotamiento de apodera de mí, y poco a poco me quedo sumido en un, aunque parezca imposible, agradable sueño…

Un estruendo interrumpe mi sueño, levanto la cabeza y abro los ojos. Frente a mí, dos hombres, uno sentado en la otra silla y el otro de pie. El que está sentado viste con un viejo traje negro, lleva una camisa que al parecer fue blanca hace ya mucho tiempo, curiosa la vieja pajarita que le rodea el cuello de la camisa. Me fijo en su rostro, unos pequeños lentes circulares se anteponen a sus diminutos ojos oscuros, de claro signo oriental. Su sudor se mezcla con el pequeño bigote que protege su labio superior. Mientras abre su polvoriento maletín para sacar unas carpetas, me fijo en el diminuto hombre, también de rasgos orientales, que permanece de pie entre las sombras detrás del que parece ser un funcionario. Viste uniforme militar, verde gastado. Cuatro medallas cuelgan brillantes en su pecho, en sus hombros estrellas, parece un oficial. Su pelo oscuro queda cubierto por la gorra que lleva. No lleva lentes, su mirada se fija sobre mí, sin apenas pestañear. El humo de su cigarrillo se mezcla con la luz que emana de la bombilla...

0 comentarios:

Publicar un comentario

Blog tools